Nuevamente, nuestro lugar de encuentro fue el aparcamiento del parque de la Asomadilla. Este sitio es el origen de una variedad de rutas de lo más atractivo.
La mañana nublada, unos 8 grados, casi toda la noche lloviendo. El día anterior, la previsión del tiempo mostraba una ventana sin lluvia de 8 a10 de la mañana. Pausa anterior al diluvio que se avecinaba para un par de días. Sin fiarnos mucho de los meteorólogos, los chubasqueros estaban agazapados en las riñoneras por si tenían que entrar en acción.
Nuestro guía, Pacoki, gran conocedor de la zona, nos desvió de la salida habitual, la antigua vía de ferrocarril que subía hacia Cerro Muriano. Entramos en un paisaje desnudo de nuestra omnipresente encina, pero envuelto en un verde poderoso. Cruzamos un riachuelo y nos adentramos en un recorrido laberíntico entre hoyas, paredes y cerros de una cantera de arena abandonada. Herida que ha cicatrizado la vegetación, retomando lo que era suyo.
Subidas y bajadas provocaban el distanciamiento de mis tres amigos. Los jodidos están fuertes y yo aún flojucho. Mimándome, hacían pequeñas pausas para no descolgarme.
Cuando entramos en el bosque mediterráneo afrontaron una subida que me hizo separarme del grupo y seguir un sendero alternativo mucho más afable.
Ese momento de soledad, de varios kilómetros, me permitió acomodar el ritmo, disfrutar del sinuoso recorrido entre la húmeda vegetación de rivera y, como sinfonía, la música de los pájaros y los arroyos.
Nos encontramos en unas ruinas que coronan majestuosamente un redondeado cerro color esmeralda, desde donde se puede otear gran parte de la cara sur de nuestra sierra.
De vuelta, todos juntos, en ligera bajada, la lluvia no nos dio más tregua. La vereda se abre y se cierra, escondiéndose entre la espesura, alternando pequeños claros con el bosque de galería.
Llegamos al coche, mojados y con unas incontenibles ganas de disfrutar de un calentito café con churros.
¡Qué buenos ratos!.
Saludos traileros. Jes.
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