jueves, 19 de julio de 2012

SÁHARA MARATHÓN

Un Sueño Envuelto en Arena..


Los españoles, en 1976, los dejaron abandonados a su suerte. Los marroquíes, en su ambición expansionista, no quisieron distinguir entre territorios productivos anexionables y personas libres que podrían ser secuestradas y amordazadas de por vida. La voz de la resistencia del pueblo saharaui, plasmada en el Frente Polisario, vio claramente la subyugación que suponía la ocupación y con sus exiguas fuerzas trató de proteger todo el éxodo de mujeres, ancianos y niños que bajo las bombas se encaminaron hacia Argelia para no ser sometidos.


 
Por arriba estaba la invasión militar, eufemísticamente llamada “marcha verde”, y por abajo, la puerta cerrada de Mauritania, en un principio, ávida de una parte de tan inmenso botín, aunque luego renunciara a las migajas que le dejaba Marruecos. Sólo quedaba una pequeña franja de frontera por el Este, que por lo menos no se cerró. Por allí salieron buena parte de las familias que no quisieron ser maniatadas y esclavizadas. El resto de esas familias rotas, o bien murieron, o no lograron salir, viviendo desde ese momento, como en un “gueto polaco” dentro de su propio país.



Los huidos, pasaron Tindouf, y se les permitió asentarse en un mar de arena: sin agua, sin montañas, sin vida... pero, por los menos, sin el yugo de la bota marroquí, abrigando la esperanza de un día volver a ocupar sus casas, sus tierras, sus playas... Y allí fundaron sus wilayas, campamentos “provisionales” hasta que un día, la pesadilla acabase: la de que un colonizador invasor fuera sustituido por otro todavía peor, y se produzca el retorno a un país libre e independiente llamado República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Sus nombres son Smara, El-Ayouni, Rabouni, Ausserd, 28 de Febrero y Dajla.



Todos juntos, los huidos, podrían ser unos 300.000, que desde entonces quedaron a merced del desierto, del Sahel, y todos sabemos, o nos podemos imaginar, cómo trata el desierto los brotes verdes de vida. Nadie sobrevive en él más de 3 días si no tiene una haima para protegerse del sol y del viento cargado de arena y sin recibir un aporte mínimo de agua limpia y algo de comida. Y en los meses de verano, las temperaturas diurnas pueden llegar a los 50 grados.



¿Cómo es posible que esos 300.000 refugiados sigan estando vivos 36 años después de su éxodo? Está claro, que han sido necesarias, y lo serán, por lo menos DOS cosas: Que reciban un flujo constante de ayuda externa, puesto que la tierra “prestada” no les provee para nada; y, que tengan muy claro en sus conciencias que están allí por “algo”, que tienen un “móvil”, un “sentido” de su vida, un “sueño”. Y es evidente, que ese sueño, que impide el suicidio colectivo de todo un pueblo, es romper ese nuevo “muro de la vergüenza”, que con hormigón y precedido de un campo repleto de minas antipersona ha plantado Marruecos entre sus wilayas y su tierra original, en donde mueren o se quedan mutilados para siempre todos los que se desesperan y se acercan a él, para exigir la devolución de la tierra y de la arena que siempre ha sido suya.



Mi visita, más que el recuerdo de un evento deportivo o una semana de convivencia, es la crónica de una transformación: la de pasar de ser un ignorante de esta realidad a ser un testigo que no se puede quedar amordazado y en silencio. Los 300.000 saharauis no tienen armas ni medios para derrotar a una potencia expansionista armada hasta los dientes aunque su pueblo también pase hambre y miseria. La única posibilidad de lucha, es que los “testigos” propaguen la llama y exijan que la O.N.U. cumpla y haga realidad las resoluciones favorables para los pueblos oprimidos en territorios donde no existe petróleo que interese a EE.UU. y Occidente.



Más que de los 42 kilómetros de cabalgada por el desierto, me quedo con los ojos y la mirada de dos niños, los hijos menores de Fathma, nuestra anfitriona que puso a los pies de nuestro grupo de cordobeses su palacio de tela y de adobe. Uno de dos años, llamado Ald-wali, en recuerdo del héroe mítico que dio su vida cual Che Guevara luchando contra los invasores, demasiado pequeño e ingenuo, pero que es la mayor esperanza de que este sueño se cumpla: mientras sigan naciendo niños en las wilayas, algún día existirá el Sáhara libre. El otro es Mohammed, de 11 años, que ya sabe por qué vive allí, y por qué la bandera de su país ondea invertida (hacia la izquierda) en esos territorios; que hay otro Mohammed al otro lado (el II), que no va a renunciar a un territorio que consiguió gratis su padre y del que saca innumerables recursos pesqueros, mineros y estratégicos (allí se encuentra uno de los mayores bancos pesqueros del mundo); que tiene problemas de salud que nunca van a ser resueltos en los paupérrimos hospitales de los que dispone; que es consciente del complicado futuro que la vida le ofrece, cuando no tienes dinero, ni universidades, cuando no es tuya la tierra que pisas, y en la que no se puede construir un edificio que puedas imaginar que va a ser tuyo para siempre; que no llora cada día varias veces porque las lágrimas y el agua, aquí, hay que racionarlas...



Vivir así, es imposible si en algún sitio protegido de tu cerebro no mantienes la llama sagrada de la esperanza por volver a tu tierra, por tener un futuro, por volver a ser persona y ciudadano de este planeta sin más alambradas que tus capacidades y no un refugiado en tierra inhóspita, sin posibilidad de salir desde que cumples los 12 años. Si Ald-wali y Mohammed tienen esa llama y esa mirada, nosotros no podemos más que postrarnos ante ellos y ayudarlos.



Yo soy testigo de su mirada. Se merecen un Sáhara LIBRE. Si existe un turno para que un día los sueños se hagan realidad, ese hay que colocarlo en primer lugar en la lista de espera, porque es IMPRESCINDIBLE, y no sólo para los saharauis huidos o maniatados en su propio país, sino para todos los seres humanos, por la misma y sencilla razón de ser “seres” y “humanos”.



JuanMa Pedrosa de la Cruz.



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