miércoles, 25 de mayo de 2011

CRONICA DE LA SPARTATHLON 2.009

Como os comenté hace unas semanas que colgaría la crónica de Mark sobre esta carrera, pues aquí os la dejo para que la disfruteis.

Spartathlon 2009 Por Mark Steven Woolley


De nuestros fracasos vienen las oportunidades más valiosas para aprender y crecer. Sin el fracaso, nunca llegamos a saber donde está nuestro verdadero límite y nunca llegamos a conocernos a nosotros mismos un cien por ciento. Así fue para mí en mis dos primeros intentos de Spartathlon, en los que por diversos motivos no llegué a meta. En el primer intento llegué a km 115, ni la mitad del recorrido, donde un juez me obligó a abandonar por estar fuera del control de tiempo. Corría tan lento ya, que mi cuerpo estaba vacío, gastado en la carretera hasta que ya no me quedaba más, y frito bajo el sol de Grecia. De esta edición aprendí que tenía que estar mucho más rápido en asfalto y mucho más en forma si quería acabar esta durísima prueba. También aprendí que tenía que estar preparado para correr con calor y correr fuerte. Yo, un humilde corredor de montaña, estaba bajo la impresión de que eso del asfalto era más fácil. Pero no era verdad, de hecho es todo el contrario, y con el calor de Grecia de aquel año recibí una de las lecciones más importantes de mi vida deportiva.

Pero del fracaso se aprende, y me puse a entrenar asfalto en serio apuntándome a todas las ultramaratones clásicas de España que podía. Empecé a correr los 34 kms de ida y vuelta a mi trabajo, casi a diario, y sobre todo empecé a salir a entrenar bajo el sol andaluz a media tarde en verano. Seguía un plan de entrenamiento súper exigente, pero me noté una mejoría en la forma importante. Antes de una carrera, la gente me deseaba suerte pero siempre les respondía que la suerte empieza a las 5 de la mañana. No era ninguna mentira y poco a poco me convertía en un ultrafondista.

Para mi segundo intento estaba mucho más preparado y llegué a la mitad de la carrera, en Nemea km 124, sin problemas y con una hora de margen. Allí cometí el grave error de no comer. La consecuencia final de este error fue una hipotermia saliendo de la montaña en km 170. Me metieron en una furgoneta con la calefacción a tope hasta que volví a la normalidad. Pero claro; ya fuera de carrera. Sin embargo, me fijé en lo que estaba haciendo los atletas alrededor mío que sí terminaban. Me quedaba con una sola cosa: todos tenía un equipo de apoyo o una persona que les controlaban en la carrera y pensaba por ellos.

Así para mi tercer intento me fui con mi íntimo amigo José Luis Rubio Gallego. José iba a controlarme en carrera y obligarme a seguir el plan de ataque que habíamos desarrollado. Parece mentira, pero después de 24 horas corriendo, ¡y corriendo fuerte!, las neuronas se quedan totalmente fritas y decisiones como “debo comer algo aquí” no se saben tomar. Tener una persona que te controla en carrera es una gran ventaja, aunque no vale cualquiera. José es mi compañero en carreras de orientación. Llevamos unos 20 años haciendo carreras, escaladas y montañismo juntos. Hace 2 años hicimos una gran parte del UTMB juntos y en su día el quedó 4º en los Mundiales de Raid de Aventura. No sólo conoce el deporte de alto nivel, además me entiende a la perfección; más importante aún: me fio plenamente de su juicio.

En la salida, a las 7 de la mañana viernes 25 de septiembre 2009, nos encontramos entre 330 atletas de todo el mundo, cada uno soñando con tocar los pies del rey espartano Leónidas al llegar a meta; cada uno soñando que iba a correr como Phiedepides hace 2500 años, desde Atenas hasta Esparta para pedir ayuda al rey Leónidas y su ejército, porque los atenienses eran atacados por los Persas. Phiedepides es el corredor de ultrafondo más antiguo de la historia y todos los atletas en la salida esperábamos estar a la altura de su hazaña, algo realmente espectacular. Según el historiado Herodotus, Phiedepides salió con la primera luz del día y llegó a Esparta con la última luz del día siguiente. Es decir; 36 horas en términos modernos. Por tanto, el Spartathlon moderno tiene como tiempo límite 36 horas exactas para cubrir los 246 kms, incluyendo el paso por dos zonas montañosas entre Atenas y Esparta. Es realmente exigente. No solo por la distancia o el calor, sino por los tiempos límite, que son muy ajustados. Para dar un idea, el cierre de control a los 100 kms ronda las 12 horas, 170 kms a las 24 horas y los 246 kms a las 36 horas. Claramente no hay mucho margen para descansar o caminar. Hay que correr.

Empecé a correr y durante los primeros 50 kms estaba con Vicente Vertiz de México. Conocí a Vicente en mi primer intento hace 2 años y desde entonces nos hemos manteniendo en contacto. Salir de Atenas era una auténtica locura, corriendo entre los coches, y me encantó, aunque no era particularmente bonito. Pasamos por una zona industrial que más bien era bastante fea. Luego la ruta sigue por la costa, y es realmente bella y fácil de perderse en el momento. Por un lado tienes el mar Egeo y el otro lado un paisaje típico del mediterráneo. Disfruté muchísimo esos kilómetros con Vicente, pero cuando empezaba a tocar calor Vicente tuvo que aflojar su ritmo. No llevaba una adaptación al calor particularmente buena y empezaba a sufrir. Afortunadamente para mí, vivo y entreno en una zona muy calurosa y a pesar de que las temperaturas de la media tarde rondaban los 33/34º C no me notaba incómodo. Seguía una disciplina rigurosa, bajando el ritmo un poco y procurando poner sal en cada bebida que bebía. No me deshidraté en ningún momento.

Al llegar a km 81, Hellas Can, José me estaba esperando con un bocadillo de Jamón Serrano con tomate. ¡Sí señor! Eso era la buena vida. Lo comí entero y después de un par de bebidas y una pequeña charla con José seguía en carrera. El calor de la tarde significaba que iba con media hora de retraso según el plan que hicimos. No pasaba nada, reajustamos el plan en función de eso y seguimos para adelante. La idea era llegar a este punto con las piernas frescas y casi no podía creer que así era. Me sentía muy, pero muy bien, y con absolutamente nada de carga en las piernas. La disciplina rigurosa de ir controlando el paso, tomando sales y alimentándome bien estaba funcionando.

En este punto la carrera se mete en el interior del país, entre un sinfín de plantaciones de higos y uvas. El olor de las uvas era particularmente fuerte y muy perfumado. En km 100 vi a José Luis otra vez y cuál fue mi sorpresa al encontrarme a Luis Guerrero de México tumbado en el coche. Luis, además de ser una persona muy agradable es un gran corredor, que hoy por hoy está haciendo huella en los grandes 100 miles en Estado Unidos, pero parece que aquí ha subestimado la brutalidad de Spartathlon y se ha reventado (más adelante la organización tuvo que recogerle en un estado realmente peligroso, su pulso había bajado a 40 y tenía que pasar la noche en el hospital). Comí un poco, charlé con José y sin perder mucho tiempo salí corriendo.

Llegué a Nemea en km 124, la mitad de la carrera, con aproximadamente 1 hora de margen. Más importante aún era el hecho de que estaba entero. Tenía los niveles de energía altos todavía y las piernas, aunque estaban un poco cansados no tenían carga y realmente estaban libres de molestias. Pero aquí me llevé una agradable pero triste sorpresa. Vicente, mi buen amigo Mexicano, estaba con José en el coche de apoyo. Finalmente había reventado bajo el calor y la organización lo había eliminado. Afortunadamente José lo localizó en el “autobús de los muertos” y lo recogió en el coche. ¡Pobre Vicente!, estaba destrozado ya que ese era su 5º intento. Vicente es un atleta muy fuerte, tiene los 100 kms en 7:15, pero Spartathlon es brutal y no perdona ni el más mínimo debilidad o fallo. Vicente se incorporó con José como parte de mi apoyo y al menos parecía que lo estaba pasando mejor con él que en el autobús de los muertos. Ahora no podía fallar bajo ninguna circunstancia. Tenía dos personas pendientes de mí y tenía que cumplir. Después de algo de sopa, y algo de pasta me vestí con ropa de manga larga, me metía el frontal por la cabeza y salí corriendo. Mitad de carrera y aún seguía entero.

Es aquí cuando empecé a hablar con algún amigo por teléfono. No me acuerdo con quién exactamente (perdona) ya que al final hablé con muchas personas. El apoyo moral que recibí era alucinante y me sentí humilde a tener tan buenos amigos pensando en mí para llamarme en carrera. La noche desarrolló sin grandes problemas y a las 4 de la mañana me encontraba a pie de la subida a la montaña Sangas Pass. José y Vicente me dieron sopa y algunas galletas, y a pesar de mis quejas me obligaron a llevar un forro polar encima. “No hagas el gilipollas” dijo José, “es aquí donde tuviste la hipotermia el año pasado”. José tenía razón y me puse el polar. La ruta seguía un sendero de cabras que sube hasta 1200M para bajar el otro lado. Muchos de los corredores temen esta sección porque es bastante técnica, y con 160 kms en las piernas es fácil tropezar y hacerse daño. Para mí en cambio, es el tramo favorito de la carrera, y subiendo pasé a varios corredores que evidentemente no estaban tan cómodos en montaña como yo. Al llegar a la cumbre estaba soplando mucho el viento y, aunque no marcaba los 4ºC como el año pasado, hizo frío. Yo estaba muy cómodo dentro de mi forro polar, pensando que menos mal que mis amigos habían insistido en que lo llevase.

Bajando de la montaña me lo tomé con mucho cuidado; algo lento incluso, pero tenía un buen margen de tiempo y me emparanoyaba en caer y lesionarme. Era consciente de que aún me quedaban 80 kms hasta Esparta. Al llegar al carril del pueblo de Sangas empecé a correr otra vez y no paré hasta pasado el punto donde la hipotermia del año pasado significó la derrota. En 2008 al km 160 empecé a tiritar, al km 170 ya no me quedaba energía para tiritar y la visión se me cerró a un túnel oscuro que cada vez era más pequeño. No podía correr; sólo mal caminar de un lado al otro. Perdí toda mi coordinación y no podía hablar. Afortunadamente la organización estaba pendiente y me metieron en una furgoneta con la calefacción puesto a tope, terminando así mi penúltimo intento. Pero esta vez era muy diferente: me sentía lleno de energía, y gracias a mis amigos tenia ropa de sobra contra el frío de la montaña.

En poco tiempo llego al pueblo de Nestani con la primera luz del día. Aquí estaban esperando José Luis y Vicente con el desayuno, pero se me había cortado el apetito. El pensamiento de comer algo me provocaba nausea y decía que no podía comer. José insistió e insistió. Me dijo que no me iba a dejar salir sin comer algo y al final conseguí comer algo de arroz con leche y un café. Era como un padre tratando a un niño chico, pero precisamente eso era lo que se pactado antes de la carrera. Yo había dejado instrucciones a José de que a pesar de mis protestas tenía que ponerse muy pesado conmigo para comer. Siempre ha sido una debilidad mía en los ultra maratones.

Este patrón se repitió un sinfín de veces durante el día siguiente. Corría más rápido de lo que me imaginaba y en cada control José me obligaba a sentar 5 minutos y a comer. A veces poniendo comida en la boca. Cada 10 o 15 kms gané unos 5 – 15 minutos sobre el margen de un hora que teníamos y José utilizaba estos minutos para obligarme a descansar y comer. En el momento que el margen era una hora me dio una pata en el culo con órdenes de correr como una bestia. No estaba en ninguna condición para discutir y seguía los órdenes de José una y otra vez. Durante este periodo me llegaron también muchos mensajes de apoyo, tanto de amigos como de mi familia. No podía crear que tenia tantos amigos tan buenos pensando en mí y la verdad es que sentí una persona muy afortunado. Hasta me emocioné durante la tormenta cuando recibí un mensaje de Livan “No retreat, No surrender” (sin retirada, sin rendición). Ha captado mi estado mental a la perfección.

A 20 kms de meta estaba ya saboreando la victoria. Hasta podía oler Esparta. Vi a José y Vicente y los dos me dijeron que ya no iban a preocupar más con la disciplina rigurosa que habíamos aplicado hasta entonces y que si quería correr y meter un poco más de caña podía. Como me sentía lleno de energía, gracias a sus cuidados, abrí el paso y empecé a correr más rápido. Me encontraba fenomenal, y a pesar de las pequeñas molestias en las piernas estaba corriendo muy fluido y sin problemas. Poco a poco iba adelantando gente.

A unos 5 kms de llegar a meta, me crucé con Mark Cockbain, uno de los británicos más conocidos, y me puse a caminar un poco con él. Estaba destrozado y andaba a duras penas, pero me dijo que no le esperase, que la gloria era mía. Me despedí de él y seguía corriendo cuando ocurrió una sensación que nunca he experimentado antes a esas alturas de un ultra maratón. De repente empecé a correr sin esfuerzo. El ritmo que llevaba era bastante elevado pero todo era muy fácil. Era como si cada célula, cada tejido de mi cuerpo estuviese sincronizado para el acto de correr. No sé de donde vino eso, pero después de 240 kms estaba corriendo a una velocidad de unos 12 kms a la hora y me parecía fácil. Disfrutaba de cada segundo, pero alrededor mío la gente estaba muy rota, caminando la mayoría y algunos intentando trotar, pero a duras penas. Me sentía como el perro Buck, de The Call of the Wild (la llamada de la selva) por Jack London. He nacido para esto y de alguna manera estoy totalmente en contacto con mi interior ancestral. Por fin sabía lo que es ser corredor.

Y así llegué a tocar los pies del rey Leónidas. Cuando iba por el túnel de personas llegando a meta, escuché a uno de los corredores británicos ya retirados gritar que iba a ser el primer británico, y me puso la bandera del Reino Unido en la mano. Me hubiera gustado tener también la española, pero no lo habíamos previsto; así que llegué a meta como primer británico con su bandera. Era una lástima porque me siento tan español como inglés, pero negar a mi país de origen su bandera hubiera sido una mala educación muy fuerte.

“Hay un momento de éxtasis que marca la culminación de una existencia y más allá del cual ésta ya no puede elevarse. Y la paradoja existencial consiste en que, pese a sobrevenirle cuando más vivo está el sujeto, le llega cuando ha olvidado por completo que lo está. Este éxtasis, esta inconsciencia de estar vivo, le ocurre al artista, absorbido y enajenado por una intensa pasión; al soldado que, poseído de bélico ardor en un campamento sitiado, se niega a rendirse; y le sobrevino a Buck mientras iba al frente de la jauría emitiendo el inmemorial aullido del lobo, esforzándose al límite de sus fuerzas por atrapar aquel alimento que estaba vivo y huía a toda velocidad, iluminado por la luna. Estaba sondeando las profundidades de su naturaleza y de aquellos elementos de su naturaleza que surgían de honduras más profundas, que se remontaban a las entrañas del tiempo. Prevalecía en él la pura irrupción de la vida, la marea de existir, el perfecto goce de cada músculo, de cada articulación y de cada uno de sus tendones, por el hecho de que todo esto era la otra cara de la muerte, delirio y desenfreno expresado en el movimiento, en la carrera exultante bajo las estrellas y sobre aquella superficie de materia inerte”.

Jack London, The Call of the Wild.

Reflexiones.

Spartathlon es sin lugar a dudas la carrera a pie más dura y exigente que he hecho en mi vida. Hoy en día hay muchas las carreras que reclaman ser la más duro del mundo y solo puedo decir que Spartathlon podría serlo. Muchos opinan así.

Al final hice 34 horas y 30 minutos, quedando 77 en la clasificación general de 330 atletas que tomaron la salida. En total hubo 130 personas que terminaron.

Me costó 2 intentos fallidos antes de encontrar la fórmula que significaba el éxito en Spartathlon. Me hubiera gustado decir que lo hice en el estilo Andaluz, con dos coj**** pero sería mentira. El éxito en Spartathlon se debió a una preparación muy exigente, seguido por un plan de carrera muy elaborado y con una disciplina militar durante la carrera. José Luis me obligó a mantener la disciplina y sin el mi último intento no hubiera sido igual, quizás hubiera terminado otra vez en fracaso. Gracias a él (y a Vicente) he podido acabar, y he acabado muy fuerte. Llegando a meta era una delicia y era porque mis amigos me han cuidado durante las 34 horas previas.


Un saludo Fernando FM.

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